Extracto del libro
"El Poder de la Vida en la Geometría Sagrada
y la Arquitetura Biológica
de Arturo Ponce de León y Ninón Fregoso"
"El Poder de la Vida en la Geometría Sagrada
y la Arquitetura Biológica
de Arturo Ponce de León y Ninón Fregoso"
Capítulo 8. Siete Leyes de Creación.
8.4. CUARTA LEY. Ley de Polaridad o de Opuestos Complementarios
Existe otra ley más, La Ley de Polaridad o de Opuestos Complementarios, que es crítica en la percepción mecanizada que tenemos de un mundo dual. Somos herederos de una lógica positivista que nos ha hecho creer, mediante enormes esfuerzos publicitarios, que la realidad sólo puede ser de una u otra manera. Un sistema de pensamiento positivista que genera, de manera irremediable, que se disparen rasgos de escisión psíquica. Es esa estrechez de miras en la que lo bueno y lo malo están siempre separados, que los opuestos son irreconciliables, que la luz existe sin la oscuridad y el largo etcétera que sucede como producto de dicho pensamiento maniqueo.
Así como la ilusión que surge de la Ley de Auto-recurrencia es el sentirse completo y totalizado, sin darse cuenta de que las experiencias no son esferas acabadas sino toroides con ciclos de movimiento interminable; en esta ley surge la gran ilusión de los opuestos enemigos, contradictorios e irreconciliables. La experiencia vista a dos bandos contrarios sin su relación toroidal puede dar pie a fomentar nuestros rasgos psicóticos. En otras palabras, estamos hablando de la ilusión de la escisión del ser.
Si consideramos los opuestos que se unen para poder funcionar, recordemos que tenemos un lado implosivo y otro explosivo en el toroide y, para que existan, se tienen que permitir a uno implotar y al otro explotar. El lado explosivo es cuando la energía/materia va del punto cero hacia el exterior, cuando se ve atraído hacia el norte, pero con polaridad sur. Tiene distintas asociaciones semánticas, todas ellas referidas al mismo proceso de explosión: es el yang, lo masculino, es desenvolvente, es lo positivo, se mueve realizando un levogiro (gira en contra de la manecillas del reloj), tiene el poder de la separación, genera calor y es la suástica que va hacia la izquierda. También está asociado a la raza “adámica”, al color rojo y a la fuerza eléctrica. Considerado como un movimiento que busca llevar la Tierra al Cielo, la materia a la energía, busca la libertad, el caos, el rompimiento del orden, busca generar muerte y transformación. Para un ser humano el movimiento explosivo es la conquista material.
Cuando la onda se desplaza en sentido explosivo, del centro hacia la periferia, haciendo el recorrido dentro del toroide y logrando su punto de máxima expansión, llega a una zona de no retorno (la parte más ancha del toroide), donde cambia su polaridad y comienza un ciclo implosivo.
El lado implosivo es aquél que gira del exterior hacia el interior, en un sentido convergente. Tiene asociaciones a características femeninas, es biomagnético norte y le atrae el sur, es el yin, envolvente, centrípeto, es lo negativo y se mueve realizando un dextrogiro (gira a favor de las manecillas del reloj), tiene el poder de la unión y genera frío. Tiene connotaciones de la raza “evaica”, se asocia con el color azul y con la fuerza magnética. Podemos considerarlo como un movimiento que busca llevar el Cielo a la Tierra, lo eléctrico a lo magnético. Lo que busca este movimiento es restablecer el orden, despojarse de las “vestiduras” para pasar por el punto cero.
“Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el Reino de Dios”, dice la frase que simboliza este proceso geométrico donde el reino de Dios es el vacío y conforme el camino implota, se va estrechando, haciéndose único. La vida espiritual nos lleva a la introspección y nos filtra hacia el centro de nuestro propio Ser. Su misión es llevar la energía libre desordenada hacia el orden supremo y, finalmente, disolverse en el punto cero. Por ejemplo, la suástica que encontramos en el pecho de Buda es una suástica implosiva que gira hacia la derecha, pues busca generar un camino de recogimiento del Ser para habitar el Vacío, la Nada/Todo, la Semilla. Este camino es el desarrollo de la vida espiritual.
El punto cero puede ser llamado punto de implosión o de explosión, dependiendo de la dirección de movimiento del toroide. Este proceso recursivo es eterno y continuo, la ilusión de la separación nos hace creer que no es así, pero veamos el siguiente ejemplo: una persona nace, se ubica en el punto cero y comienza su recorrido explosivo en la vida. Busca tenerlo todo, saberlo todo, abarcarlo todo, destruye el orden, vive sus crisis de vida y rompe con lo establecido; puede terminar probando cualquier tipo de sustancias tóxicas que le hagan explotar su coherencia interna. Puede llegar a convertirse en una persona que destruya la vida.
Luego, llegado a un punto de máxima irradiación de su experiencia, más o menos a la mitad de su vida, entre los 38 y los 42 años, de forma súbita cambia su polaridad y su vida se torna implosiva. Comienza a importarle menos el poder, el sexo y el dinero y busca con mayor fervor la vida introspectiva, la meditación, las prácticas espirituales. Quizá hasta renuncia a sus posesiones o las regala para un fin social. Con su dinero y saber, funda escuelas, instituciones de ayuda para las personas con adicciones, ayuda a reforestar los bosques, etc. De tajo, su vida se orienta hacia la introspección, comienza a dejar de comer en exceso, usa sólo lo necesario, no desperdicia, respeta la vida, se manifiesta en contra de las guerras, la opresión y el caos. Su vida se orienta hacia el amor, la individualidad y la libertad. Esta vida es la vida de casi todos los místicos de nuestros tiempos y tiempos lejanos. Una vida que dio el giro completo en el toroide… pero, ¿cuál es la vida “correcta”? ¿La implosiva o la explosiva, la espiritual o la material?
Pongamos otro ejemplo, una persona religiosa dedicada desde su más temprana infancia a velar por el bien social, por la humanidad, está dedicada a rezos, prácticas y desarrollo de la sabiduría interior, hasta que vive una experiencia cumbre de Iluminación, entra al vacío y se funde en ello. Habita por un instante el punto cero pero el ciclo no se detiene ahí, continúa hacia un movimiento explosivo. Deja de importarle el amor, las prácticas y los rezos y comienza a ver cómo hacer más productiva su práctica meditativa o su religión, cómo lograr mayor rentabilidad de sus prácticas terapéuticas. Se ve envuelto en una serie de circunstancias que lo orillan a ser más astuto, más perspicaz. Crece en dinero, estatus, poder, riquezas y comienza a querer acumularlo todo. Conquista otros territorios, pudiendo incluso destruir a sus antiguos enemigos; elimina a todo aquel que piense diferente a él, no por pensar distinto, sino porque su pensar diferente le implica posibles pérdidas. Quiere abarcarlo todo, quiere imponer su dogma, su fe, sus creencias a todo el mundo por medio de la muerte, la destrucción, el fanatismo. Incluso amenaza a quienes se oponen a sus leyes de acumulación de capital, a los místicos y ascetas que buscan una vida de renuncia. Los calumnia pues la renuncia, la filosofía del no consumo capitalista y el ejercicio de una vida natural con alimentación sustentable en pequeñas comunidades no es rentable, no genera plusvalor. Quizá termina corrompiendo a menores o cobijando empresarios corruptos, políticos sinvergüenzas. Hasta que muere, con su conciencia explotada, pero sus bolsillos repletos de dinero y fama. Esta historia puede ser la de cualquier sacerdote, religioso, místico, gurú o filósofo.
Lo que acabamos de describir es un ejemplo del interminable ciclo toroidal, conocido en la Filosofía Hindú, como la Rueda del Samsara. La Maya que es la ilusión de la polaridad irreconciliable. Ahora bien, regresemos a la pregunta de ¿quién es el bueno, quién el malo? Cada uno, identificado con su parte del toroide y su giro explosivo o implosivo cree que esa parte es lo correcto, lo “bueno”, lo único que debe existir. Ambos bandos que se creen poseedores de la última verdad, se viven de manera incompleta pues es erróneo pensar que la vida puede existir sin la muerte, o la fuerza eléctrica sin la magnética, o la luz sin la oscuridad, o el frío sin el calor. Ambos criterios son sólo grados en la escala de movimiento de la experiencia toroidal.
La separación de los opuestos es la ilusión que sumerge al mundo en conflictos psicológicos y guerras inacabables. El aspecto negativo de la muerte es la muerte por la destrucción misma. Sin embargo, el aspecto positivo es la transformación, la transmutación por un orden mayor, uno que comprenda mayores posibilidades. La vida, en su aspecto positivo, es la posibilidad de compartir ordenadamente, pero en su aspecto negativo, es el ansía de poseer, de querer tenerlo todo, de acumular.
Parece que quienes viven vidas implosivas creen estar en lo correcto y ser los “buenos”, pero quienes viven vidas explosivas también creen lo mismo. Y no importa ni para el uno ni para el otro lo que el contrario diga, ellos son lo correcto, lo “normal”. La realidad toroidal nos permite ver que ambos viven en la ilusión de la separación. Tanto el místico empedernido que busca la gloria del Cielo negando la Tierra, y que quizá vive como un parásito en el mundo material, como el neoliberal desenfrenado que busca a toda costa el mayor lucro sin considerar consecuencia espiritual alguna, viven cegados. Pero, ¿cómo salir de esta ilusión, de Maya, de la Rueda del Karma/Dharma? En una vida, si se cree en ello, se puede matar a una persona que en la vida siguiente lo mata a uno, ad infinitum. ¿Y luego? ¿Cuándo se rompe la ilusión de creer que vamos de la construcción hacia la destrucción y que ambos procesos están separados?
Este proceso no es secuencial, no es lineal como podemos creer. No es que primero uno pase de ser implosivo a ser explosivo, sino que, al mismo tiempo, estamos siendo implosivos y explosivos… ¡sólo que no nos damos cuenta! Toda experiencia lleva, simultáneamente, un componente de vida y otro de muerte, de luz y de oscuridad, de femenino y de masculino. Para que una experiencia se consume, tiene que completarse el ciclo implosivo/explosivo de forma simultánea. Es sólo nuestra conciencia limitada la que nos hace creer que las cosas suceden lineal y secuencialmente.
Esta es la ilusión, la secuenciación del proceso. Imaginemos que uno quiere hacer girar una dona implotando de un lado pero sin que explote del otro… sólo tratar de hacerlo es tanto física como psicológicamente imposible, y si se llegara a lograr, ¡desaparecería la experiencia!
El camino para romper con la dualidad es la irradiación. Una manzana no crece de arriba hacia abajo, irradia desde el centro, desde su semilla. Se ubica en el centro y se expande, en simultáneo, hacia todas direcciones. El Ser no crece por partes, el amor no puede ser lineal o parcial. O se ama a todo lo que te rodea o no se ama. El amor es la expresión de individuos en libertad que se irradia en todas direcciones. El amor es el deseo de ser quien soy y de ayudar al otro a ser quien es. En última instancia podemos decir que somos un fractal de Dios, del Absoluto. El Sol no ilumina por sectores, no da su luz a ciertas partes del universo y a otras lo oculta. No. El Sol irradia. El Ser irradia. Los cinco toroides verticales y los trece horizontales irradian, a pesar de que no nos demos cuenta de ello, a pesar de estar sumergidos en la ilusión de Maya.
El trabajo de cobrar conciencia de este proceso es el trabajo de la aceptación de nuestras polaridades. Somos sujetos repletos de contradicciones, ambigüedades y paradojas, y nuestro trabajo no es borrar estas contradicciones. Debemos poder integrar los opuestos en una misma función toroidal. El trabajo psicológico no es dejar de desear, pues el dejar de desear es ya un deseo. Tampoco es borrar nuestro lado “oscuro”, es decir, aquel que no aceptamos, sino que consiste en comprender, en abrazar la polaridad, en unificar nuestra sombra. Lo único que nos impide lograrlo es nuestra identificación, nuestra esclavitud, nuestra fidelidad en creer que nuestra visión del mundo es la correcta, que nuestro estilo de vida es el único y el “bueno”. En el momento en que soltamos ese apego primordial, damos paso a que lo contrario se manifieste. A que la sombra, los rincones más oscuros de nuestra psique surjan y en el surgimiento se incorporen. Es a través de experimentarlo subjetivamente que uno crece en la asimilación de contradicciones. No es una teoría, no es un postulado intelectual, sino una vivencia que se experimenta con todas las entrañas de nuestro Ser.
Pensemos que la polaridad magnética y eléctrica surge por el flujo de líneas convergentes y divergentes de puntos de implosión y explosión y que a mayor diferencia entre un polo y el otro, a mayor diferencia de potencial, mayor fuerza. La madurez de un ser humano puede medirse por su capacidad para aceptar la Verdad, y la Verdad es una contradicción asimilada. La Verdad es un punto de fricción, un punto donde chocan dos fuerzas con la misma intensidad pero en sentido contrario. Freud decía que en el inconsciente no hay “barra de la censura”, es decir, no hay represión entre lo que creo que está “bien” y lo que está “mal”. En el inconsciente confluyen, al mismo tiempo, lo implosivo con lo explosivo. En los sueños, en los deseos sexuales, en la risa, no hay censura moral, se viven como esencialmente contradictorios. De hecho, la risa, con la contracción muscular y la liberación endocrina, es un mecanismo que utilizamos los seres humanos para asimilar las contradicciones.
La suástica es un símbolo que geométricamente representa la concentración de las fuerzas femeninas y masculinas, terrestres y celestes, en torno a un punto de atención. Puede tener sus brazos girando hacia la derecha o hacia la izquierda y esto nos habla de un giro implosivo o explosivo. Es una cruz que tiene cuatro brazos acodados como la letra gamma mayúscula del alfabeto griego. Aquella que gira hacia la izquierda y tiene sus brazos apuntando a la derecha, la svástica explosiva, fue tomada por Hitler como emblema nacionalsocialista por ser el signo solar de los antiguos arios.
Si observamos la base de operaciones de la SS alemana, vemos la misma geometría aplicada al diseño arquitectónico, por ejemplo. La suástica implosiva gira hacia la derecha, pero sus brazos lo hacen a la izquierda y está asociada a las prácticas budistas. Sin embargo, su uso se remonta a todas las culturas del mundo. Podemos observar el uso de este importante símbolo en la cultura hopi, cristiana, tibetana, china, japonesa, celta, islámica, hindú, azteca, griega, judía, entre otras.
Homologando esta imagen a la verdadera imagen toroidal que la representa, la línea vertical simboliza lo espiritual, mientras que la línea horizontal representa lo material. El punto de cruce es el punto de anulación de fuerzas, y el círculo en torno al cual está inscrito es el aumento máximo de intensidad que representa la constante de pi.
El símbolo taoísta del Yin/Yang es un concepto surgido de la filosofía oriental, fundamentado en la dualidad de todo lo existente en el universo. Describe las dos fuerzas fundamentales, opuestas pero complementarias, que se encuentran en todas las cosas. Según esta idea, cada ser, objeto o pensamiento posee un complemento del que depende para su existencia y que a su vez existe dentro de sí mismo. De esto se deduce que nada existe en estado puro ni tampoco en absoluta quietud sino en una continua transformación. Además, cualquier idea puede ser vista como su contraria si se le mira desde otro punto de vista. En este sentido, la categorización sólo lo sería por conveniencia. Estas dos fuerzas, yin y yang, son la fase siguiente después del Taiji o Tao, principio generador de todas las cosas, del cual surgen.
El Tao como un Toroide, es de donde surgen el yin y el yang, el aspecto implosivo y explosivo de todo lo existente. El símbolo mismo del Yin/Yang es un toroide y a partir de los cortes que se generan en cuatro cuadrantes, se le relaciona con los cuatro puntos cardinales o las cuatro estaciones del año (siendo la inclinación de la Tierra de 23.5º la causa de las cuatro estaciones). Incluso, a partir de este principio, se originan la línea cortada yin y la línea completa yang, que dan paso a los 64 trigramas del I Ching, relacionados a los 64 codones del ADN. El símbolo maya del Hunab Kun que representa la Totalidad, contiene el mismo principio de la polaridad toroidal. Marcando cuatro direcciones o puntos cardinales, ofrece el claro sentido del flujo implosivo/explosivo.
En la filosofía egipcia tenemos, por un lado, la Escuela del Ojo Derecho de Horus que representa la información concreta controlada por el hemisferio izquierdo del cerebro. Maneja números, letras, palabras y en general la orientación masculina. Mientras que por el otro lado la Escuela del Ojo Izquierdo de Horus representa la información estética controlada por el hemisferio derecho del cerebro. Maneja la intuición y la percepción sensorial.
El principio de la díada es la polaridad. Cuando se contrasta surgen los matices y las diferencias a la luz de lo opuesto. La paradoja de la díada es que mientras parece que nos separa de la unidad, los polos opuestos que buscan atraerse nos recuerdan la unidad. La díada une y separa, en simultáneo. El proceso de creación continúa por la presencia de la polaridad. Entre mas opuestaes la polaridad mayor es la atracción. Entre más diferencia de potencial exista entre dos polos, mayor será la fuerza de unión.
Cuando el aire frío y seco penetra en el aire húmedo y caliente, se originan tormentas o lluvias torrenciales. Un rayo es una descarga eléctrica que golpea la tierra, proveniente de la polarización que se produce entre las moléculas de agua de una nube (habitualmente, las cargas positivas se ubican en la parte alta de la nube y las negativas en la parte baja), cuyas cargas negativas son atraídas por la carga positiva de la tierra, provocándose un paso masivo de millones de electrones a esta última. Los polos de una batería necesitan ser negativo y positivo para completar un circuito eléctrico. La guitarra, el violín o el piano producen sonidos por la tensión producida por los extremos de sus cuerdas. La díada, los pares de opuestos, son indispensables para comenzar con un proceso creativo. De la confrontación entre la tesis y la antítesis puede surgir la síntesis
Psicológicamente, tenemos características masculinas y femeninas aunque seamos hombre o mujer. El grado de ánima y ánimus determinan la forma de relacionarnos con el mundo. Un bebé es creado por la unión de dos fuerzas opuestas, como el padre y la madre. El lenguaje revela pares de opuestos como bueno/malo, sano/enfermo, amor/odio, visible/invisible, izquierda/derecha, arriba/abajo, dentro/fuera, creador/creado, ganancia/pérdida, etc. Sabemos que siempre que se quiera negar una parte de la realidad, no se hace sino darle más fuerza; cuando una persona no trabaja en aceptar su sombra, sus aspectos ocultos, tarde o temprano la realidad le hará tener que verlos de frente y asumirlos. La unión de los opuestos ocurre en el toroide o Mónada.
Hay díadas o pares complementarios entendidos como aspectos psicológicos que existen en el ser humano y que debemos observar como rasgos de nuestra personalidad.
Generalmente, las parejas se unen buscando su opuesto. Una persona pasiva tenderá a buscar una asertiva. Quien vive como jefe, buscará empleados; quienes se viven como víctimas, se acercarán a victimarios. Una persona muy ahorradora, vivirá con una despilfarradora; un integrador, con un excéntrico. Una persona muy reprimida en su sexualidad o en sus emociones se inclinará por acercarse a otra apasionada. El promiscuo, con el impotente; el maestro, con el alumno; el seguidor, con el líder; etc. Todos vivimos aspectos de nuestra propia polaridad en diferentes niveles y circunstancias, cuando la realidad nos devuelve un conflicto con una persona, no hay sino que voltear a interiorizar y aceptar el aspecto aparentemente negativo de uno mismo, para no provocar el conflicto en el exterior, ya que éste es producto especular de nuestra guerra interna.
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